sábado, octubre 25, 2025




El tiempo de la infección (novela)


 Capítulo 1: La Arquitectura de la Sospecha


Adrián Ferraro, un hombre cuya principal ambición vital parecía ser evitar el contacto visual con cualquier delivery de Rappi o folleto de free tour por San Telmo, se despertó con el zumbido de una heladera. No era “su” heladera—la suya, una vieja Siam de la década del 70 que mantenía sus alimentos congelados con la melancolía de un bandoneón desafinado, se había resignado al silencio veinte años atrás, conservando ahora solo el polvo y una colección de etiquetas de precios de la hiperinflación—sino el zumbido de todas las demás heladeras del conventillo de Almagro, una vasta, inaudible sinfonía de compresión y enfriamiento que se filtraba a través de los muros como una radiación de baja frecuencia.

Era viernes. O eso creía Adrián, cuyo trabajo como archivista de Medios Discontinuados en la Sub-Dirección de Información Anacrónica (SUBDIA, como se le conocía con un escalofrío en ciertos círculos burocráticos de la Ciudad Autónoma) había erosionado su sentido de la semana hasta convertirlo en una masa informe de días consecutivos, diferenciados solo por el color del café que bebía (lunes: espeso y vengativo, con el sedimento de una bronca histórica; viernes: diluido y resignado, listo para el bajón).

Su pareja, Livia Bravo, ya estaba despierta, sentada en el único sillón de cuero petróleo que no había sucumbido al moho del invierno perpetuo de la ciudad. Livia era diseñadora gráfica, o, más precisamente, paleo-diseñadora, especializada en recrear, con una fidelidad casi mística, los logotipos corporativos de empresas que habían desaparecido antes de la invención del color digital. Ella afirmaba que había una pureza entrópica en el diseño de un logotipo fallido. En ese momento, estaba intentando decodificar el ángulo de inclinación de un búho heráldico que había pertenecido a una cadena de ópticas clandestinas de los años treinta.

“El búho tiene la joroba del 2001”, comentó Adrián, observando la tensión en su cuello.

“El búho tiene miedo”, replicó Livia sin levantar la vista. “Está diseñado para inspirar confianza visual en la corrección, pero la curva de su ala es diez grados demasiado baja. Un error de diseño que predijo la quiebra de 1934. Una infección geométrica, si se quiere”.

“Una infección geométrica”, repitió Adrián, saboreando el concepto. Livia siempre lo obligaba a enfrentar la idea de que la ruina no era un evento, sino una propiedad inherente a las cosas, una especie de latencia viral.

La infección era, de hecho, el tema central, aunque no reconocido, de su pequeño círculo de relaciones. Había comenzado sutilmente, no con toses o fiebres, sino con lo que el Dr. Zapiola, un ex-parasitólogo con un entusiasmo inusual por los tónicos victorianos y un registro cuentapropista de monotributo en la categoría más baja, había llamado el ‘Déficit Cognitivo Afebril’.

El Dr. Zapiola, que ahora se dedicaba a vender elixires de grosella y quinina por correo, había sido el primero en reportar un síntoma verdaderamente inquietante. La semana anterior, durante una de sus reuniones obligatorias de los jueves por la noche (un ritual de siete años que consistía en discutir la obsolescencia de los utensilios de cocina), Zapiola había afirmado que su sentido del tiempo se había vuelto no lineal.

“No es que esté viajando en el tiempo, Adrián”, había insistido Zapiola, agitando un vaso de Fernet con una mano que parecía pertenecer a un relojero francés del siglo XVIII. “Es que mi percepción del tiempo es ahora un objeto tridimensional. Si intento recordar un martes pasado, debo rotar el objeto hasta que el martes quede visible. Y, por ende, el miércoles, que debería venir después, a menudo ya no está ahí. Se ha ido. Es un vacío temporal, como un feriado puente que se auto-anula.”

Livia, siempre la pragmática, lo había atribuido a la sobredosis de un tónico llamado Jarabe de la Señora Pimple para la Melancolía Uterina, o quizás al abuso de alfajores de maicena en la merienda, pero Adrián había sentido una punzada de reconocimiento. En su propia oficina, se había dado cuenta de que cada vez que abría una caja de archivos sobre la tecnología de videocaseteras Beta, sentía una profunda memoria de haber vivido esos años, a pesar de haber nacido en 1989. El pasado se estaba volviendo un lugar más concurrido, y él era el único que parecía notar a los polizones fantasmales.

En su mesa de cocina, que era en realidad una tabla de madera rescatada de un contenedor con un soporte tambaleante, Adrián encontró una nota de Livia:

A: Llama a Dora. Me temo que su última pieza es un autorretrato literal. Lleva dos días sin parpadear. Pedí también la opinión de Elías Cicerón sobre las tasas de interés negativas. Necesito algo de ruido de fondo para esta ala de búho.

Isadora “Dora” Flumen era la segunda figura clave en su círculo de contagio. Era una artista conceptual cuyo trabajo había pasado de instalaciones de luz de neón que documentaban la neurosis urbana a, más recientemente, la organización obsesiva de motas de polvo. Su última obra, titulada “Anamnesis Pulverulenta”, era, según la descripción de Livia, “un cuarto lleno de polvo del Barrio Norte, meticulosamente catalogado por origen geológico y antigüedad”.

Adrián marcó el número de Dora en su teléfono fijo—se negaba, por principio ludita, a poseer un dispositivo móvil, creyendo que la conectividad constante era la peor forma de aislamiento y la mejor forma de espionaje del mundo.

Dora contestó al sexto timbrazo, su voz tan plana y reverberante como el eco de una protesta en la 9 de Julio.

“Adrián. Estoy con curaduría”, dijo.

“¿Con el polvo, Dora? Livia dice que estás... ¿literalmente inmóvil?”

Hubo un silencio que se extendió hasta que Adrián pudo escuchar el sonido del viento filtrándose por una grieta en la moldura de su ventana, un sonido que le recordaba a la respiración cansada del siglo XX.

“He perdido el amarillo”, confesó Dora. “No el recuerdo del amarillo, o la palabra *amarillo*. Simplemente la capacidad de verlo. Mi cerebro lo traduce al gris porteño. Es el color de la traición, Adrián. La infección ha apuntado a mi paleta. Lo único que me queda es el ocre de la humedad y el gris de la frustración.”

Adrián pensó en el Dr. Zapiola y su tiempo tridimensional. Pensó en Livia y su propio padecimiento silencioso: una persistente, punzante sensación de que su brazo izquierdo amputado (había perdido el brazo en un accidente con una máquina en 2003, una larga historia burocrática) estaba aún ahí, solo que no de forma física, sino acústica. Ella juraba que podía escuchar el pulso de su muñeca perdida.

“¿Y qué dijo el Dr. Zapiola?”, preguntó Adrián.

“Zapiola cree que es una ‘Sinestesia Negativa Inducida por el Azufre en el agua corriente’”, respondió Dora con un tono de voz que sugería que no creía en Zapiola ni en la Sinestesia ni en el Azufre. “Yo creo que es la retribución cromática por el voto que hicimos colectivamente en 1998.”

Este era el punto: las enfermedades no eran lógicas. Eran metafísicas, o, peor aún, literarias. Eran síntomas de una narración invisible que se estaba reescribiendo a su alrededor.

Adrián colgó y se preparó para contactar al último miembro vital de su cuarteto.

Elías Cicerón.

Si el resto del grupo eran aficionados a la neurosis, Elías era el profesional. Era un analista de datos para una compañía de seguros que se especializaba en calcular el riesgo de colapso de infraestructuras históricas (un negocio sorprendentemente lucrativo en la Ciudad Autónoma). Elías era carismático, pulcro, y totalmente incapaz de tener una conversación que no girara en torno a la “Deuda Entrópica del Universo” o la “Tasa de Interés de la Causalidad”.

Adrián lo encontró, como de costumbre, en El Rincón de la Máquina, un bodegón ruidoso en Boedo que se jactaba de tener las peores milanesas y el peor café de la ciudad, una decisión que, según Elías, era una “declaración económica nihilista de gran sofisticación y un hedge perfecto contra la inflación del gusto”.

Elías estaba sentado ante una pila de diagramas de flujo y un cortado tan frío que la espuma se había convertido en una costra.

“Adrián”, dijo Elías, su voz extrañamente suave, como si estuviera leyendo el informe del fin del mundo a un niño dormido. “Tu presencia aumenta la probabilidad de que mi café se derrame en un 1.48%. Es el principio de la incertidumbre sociológica, la misma que explica el dólar blue.”

“Decime, Elías, Livia tiene una pregunta para vos sobre la obsolescencia y los logotipos, pero antes, háblame de la infección.”

Elías no se inmutó. “Ah, la ‘Enfermedad del Patrón Roto’. Sí. Zapiola, Dora, Livia. Vos, Adrián, con tu obsesión por el ruido de las heladeras. Es perfectamente predecible. Es la manifestación de una falla de sistema a nivel meta-narrativo.”

Se inclinó, y la intensidad de su mirada—unos ojos grises que parecían haber visto la tabla de verdad del INDEC y se habían decepcionado—casi hizo que Adrián se echara para atrás.

“Verás, Adrián. Los humanos generamos entropía. Desorden. Cuando nos enfermamos de gripe, es una batalla de entropía biológica. Pero nosotros… nosotros estamos generando orden negativo. Estamos tan sobre-informados, tan bombardeados por patrones—noticias, algoritmos, memes, planes quinquenales—que nuestro subconsciente ha comenzado a purgar el desorden necesario para la vida. Dora pierde el amarillo. Zapiola pierde la linealidad. Livia escucha su brazo. Yo… yo he empezado a entender demasiado.”

“¿Entender qué?”

“Todo. Los diagramas de flujo de las cloacas de la ciudad. El porqué de la caída de los mercados de valores de 1929. El teorema fundamental de la cocción de los fideos secos. Y cada vez que entiendo un patrón, pierdo una capa de emoción. La comprensión es mi fiebre, Adrián. Y esta comprensión se está transmitiendo. Es una infección por claridad excesiva.”

Adrián se sintió mareado. Elías sonaba tan seguro, tan calmado. Mientras que los otros se quejaban de sus síntomas, Elías los analizaba con una frialdad casi inhumana.

“Y la pregunta de Livia”, recordó Adrián, intentando anclar la conversación en lo mundano.

“Ah, el búho artrítico”, sonrió Elías, y por un momento pareció casi humano. “Las tasas de interés negativas. Decile a Livia que la razón por la que las empresas fallan no es la mala gestión, sino que llegan a una paradoja narrativa. Su logotipo, el búho, promete visión a largo plazo, pero su capital solo puede existir en el presente instantáneo, ajustado por inflación. La tasa negativa es la forma en que el universo le dice a la gente: ‘Tu tiempo no vale nada, pero aún tenés que pagarme por tomarlo prestado’. Es el síntoma macro-económico de la misma infección que tenés en tu brazo acústico, Livia: la deuda del tiempo no vivido.”

Mientras Elías explicaba la relación entre el tipo de cambio del zloty polaco y la incidencia de la melancolía estacional en los bibliotecarios de la Biblioteca Nacional, Adrián sintió el familiar pellizco de la paranoia. Siempre había asumido que era él, Adrián Ferraro, el núcleo de la neurosis del grupo, el único que podía conectar el ruido de las heladeras a la conspiración global de los productos lácteos. Pero ahora, con el tiempo tridimensional de Zapiola, el color perdido de Dora, y la aterradora claridad de Elías, se dio cuenta de que él era solo un nodo en una red que se estaba sobrecargando.

¿Y si Elías no estaba analizando la infección? ¿Y si él era el vector? Su calma, su capacidad para racionalizar lo absurdo, era casi una inmunidad. Como si la enfermedad lo hubiera transformado en su agente de relaciones públicas.

Adrián se despidió de Elías, la cabeza llena del sabor amargo del conocimiento inútil. Al salir del bodegón, miró hacia el cielo de la ciudad, una manta monolítica de gris plomizo. Vio un grupo de palomas en el alféizar de un edificio. Cualquiera habría notado que una de ellas tenía una pata de metal protésica, o que sus ojos giraban a una velocidad no biológica. Adrián solo notó que una de ellas parecía estar demasiado quieta. No durmiendo, no observando. Simplemente inmóvil, como una mota de polvo de Dora, perfectamente alineada con la grieta en el hormigón.

Elías había dicho: "La comprensión es mi fiebre."

Adrián pensó: "La quietud es el primer síntoma."

Llegó a casa. Livia no estaba. En su lugar, había una nueva nota en la mesa, escrita con la caligrafía de diseñador que parecía un intento de máquina de escribir antigua.

A: Zapiola llamó. Su tiempo no lineal ha colapsado. Cree que ahora está viviendo a una velocidad de 1.5x. Está en el Parque Centenario, intentando atrapar una hora que, según él, se le escapó. Fui a verlo. No toques la Siam. Me parece que el zumbido de todas las heladeras es, en realidad, el sonido de una sola. Y está en nuestro edificio.

Adrián se acercó a su Siam silenciosa y polvorienta. Puso su oreja contra el metal frío y sintió un latido, no el sonido de un motor, sino algo más profundo, como el tictac de una bomba de tiempo narrativa, programada para detonar. Y en el corazón de esa bomba, una sola persona, inocente o maligna, era el motor del desorden. Elías Cicerón. O quizá Livia Bravo. O el mismo Adrián Ferraro.

La Arquitectura de la Sospecha se había completado, y ellos estaban atrapados en sus planos.

miércoles, octubre 30, 2024

El borde de la nada

 El abismo es un rostro sin ojos,

un sueño roto que llueve cenizas,
y yo,
marioneta de hilos invisibles,
camino en su borde.

Mis pies tocan su orilla de humo,
mientras el cielo se desploma en fragmentos grises.
No hay final para esta danza de sombras,
ni voz en el vacío
que recite el destino de los que caen.

Una niebla espesa se aferra a mis brazos, a mis dientes,
sabe de mi nombre y lo silencia,
con una caricia áspera y paciente.

Siento, a lo lejos, una constelación que parpadea,
pero el espacio es solo un murmullo desordenado,
espejos que reflejan nada.
Me asomo al vacío y escucho el eco de un grito
que no reconozco
y que, sin embargo, me nombra.

A cada paso, el suelo se deshace,
los relojes se doblan en sus círculos imposibles,
y el tiempo se convierte en un susurro inútil,
en un río negro sin cauce.

Y yo,
con las manos llenas de polvo,
recojo pedazos de mí mismo,
un rompecabezas que nadie pidió,
un caos que nadie ordenará.

La existencia me mira desde su rincón de niebla,
como un dios ausente que se desmorona,
y en su gesto encuentro la risa de la nada,
el refugio en la eternidad vacía.

miércoles, noviembre 25, 2020

Arrebol

Una vez quise saltar y llegar a tocar el poema.

Tomé impulso, flexioné las rodillas y me elevé torpemente.

Y en pleno vuelo rocé la nada, me estrellé en incertidumbres, y vi el futuro.
El futuro.

Este poema efímero y silbador.

jueves, abril 23, 2020

Soneto fallado

Digerí un rato largo la ocasión en atavíos propios de este caos. En siluetas de la luna, y los pesados artilugios, al momento de la acción.

Me persigue una horda intermitente de algo que no sabría describir. Van envueltos en un látex adherente, parecen serpientes queriendo escupir.

Olisqueando el ambiente cual sabuesos. Con los pies llenos del barro, tal vez, en una de esas me logren alcanzar.

Pero no conocen como yo estos suelos, ni entenderían esta existencia al revés. ¡Que me permite vivir sin respirar!

jueves, abril 02, 2020

Los vagos




I

Encallado en el lomo de la noche
cargo un vacío que duele a rojo cereza
y domino la ciudad desde doce pisos de altura
(No hay edificios más altos,
y en todo caso,
este es mi edificio.
El número tal de un barrio cual)
Si me lo propongo, cuento las luces
y las sombras y los ruidos.
Y las divido
en viejas luces de un amarillo enfermizo
y en nuevas luces de un blanco azulado.
Y puedo dividir las sombrasen sombras cuadradas
y sombras amorfas.
Y los ruidos, en ruidos que no son de vida
y ruidos que no son de muerte.
Pero semejante censo es innecesario.
No es ese el impulso que me mueve.


II

Solo en la barriga del día.
La ciudad de claras paredes es como
una quimera de aspecto suavemente sarnoso.
Y descubro, mientras camino,
que conozco demasiado bien sus aceras
y conozco demasiado bien su cielo.
Aunque a veces, lo confieso, advierto las casas.
Las viejas hermosas casas en pie.
Las nuevas ostentosas, y horribles casas en pie.
Siempre me sorprendo cuando veo a alguien salir de una casa.
Si me lo propongo, puedo contarlas.
Pero recuerdo esa historia del prisionero en su celda.

Ah, la ciudad.
Podemos vagar por sus calles
sudando, desabrigados.
En verdad,
somos sólo otros esclavos,
aunque podamos vagar.

miércoles, octubre 02, 2019

CYSEPDET

No conozco al poeta de este tiempo
aunque me gusta bajarle la bragueta
y ser el poeta de este tiempo.

Amalgamarme al vacío y
tropezar con las sombras que, cuando el día se acabe,
sabré que se repetirán como se repite su bragueta húmeda,
poblada por las bocas de todos los poetas de este tiempo.

viernes, agosto 16, 2019

El jardín pasado

Antes, sostenías poco tiempo la mirada pero menos tiempo aún el silencio.
Ahora, tratás de medir la profundidad de los ecos.

Antes, cuestionabas las palabras que escribías.
Ahora, leés hasta las instrucciones obsoletas de las piedras.

Antes, huiste al secreto refugio donde los hombres cansados se encuentran para aliviar el sinsentido de su hastío.
Ahora, volvés al lugar que abandonaste y lo notás similar a los anteriores.

Y aprendés que perdiste la facultad del asombro y llorás por no haber cuidado el jardín.

lunes, abril 08, 2019

No se la bancaba


Es cuestión de entender la congruencia,
de saber que no existimos solos,
de aprender el oficio de paciencia,
de aceptar que el infierno son los otros.

Lo decía Sartre, que no se la bancaba,
y por eso la tiraba para afuera.
Yo prefiero no creer tal parrafada,
es conmigo y con nadie más la guerra.

Suelto a vuelo de contradicción y no
pienso aún renunciarme sin embargo
tengo cada vez menos pretensiones.

El futuro es sombra y es letargo.
Aún tratando de descubrir un sino,
no es posible aplacar las emociones.

domingo, abril 07, 2019

Orillar

El fino hilo que conecta nuestras mentes,
cuando se mueven de un lado a otro,
es impasible.

Nos ata a la consciencia

como, a la tierra, una flor.

Y en un desenlace nefario
tu espalda se trastoca
y orilla, a un costado, la razón.

miércoles, abril 03, 2019

Seremos viento

Seremos los dos, puros despojos,
arenas que nunca dieron las horas,
palomas que esquivan los robadores
llevando mensajes a la gayola.

Seremos, entonces, la mansedumbre
del pobre religioso anestesiado
y aunque no quieras, puta costumbre,
ser inocente y quedar pegado.

Seremos grito aunque nadie oiga
y para nosotros es necesario
dejar constancia de que estuvimos.

No nos importa que alguien lo sepa,
ni que de esto cuenten historias.
Solo ser viento y dar remolinos.

Me suicido hoy...

Esta no es la razón que me amanceba 
al vademécum de mis desventuras, 
ni la última gota de ginebra, 
ni el venir a poncho, tu hermosura. 

Esto no es ventolín a la marchanta, 
hacienda baguala, ni pie de atleta. 
Tampoco por arte de birlibirloque 
se transforma en sustancia la receta. 

Escribo porque no tengo recuerdos, 
para negarme al reloj guardado, 
que gira, en el grillo de camisulín. 

Me suicido, hoy, antes que el yerro 
se haga un gigante desalmado 
y lo bauticen de nombre Agustín.

Los rincones

Casi siempre que cambio de mirada
lo hago con virtud de tramoyista.
Me pierdo en distópicas propuestas
que ensayas después de las sonrisas.

No encuentro a Erasmo en la playa,
ni a Panero fumando en el jardín,
pero escucho de lejos una orquesta
entonando en la luna un vals sin fin.

Más lejos, cada vez, de los del Abasto,
de opertuso tengo vida todavía,
aunque aburra tardes a montones,

Quizás porque jamás fui naricero,
no me llama pelarme en carne viva
si remanyo que hay en los rincones.

domingo, febrero 24, 2019

El truco escondido

Envuelto en hojas de palmeras, en el hambre sideral,
así lucho en la gravedad con las cosas calladas.
Con tus intenciones volátiles,
cómo plumas encerradas en almohadas,
a punto de estallar.

Y el desconfío permanente que tratás de disfrazar de conciencia.
Actos olvidables, inconsistentes y exuberantes,
que reflejan un imagen poco real.

Toda la cola extendida del pavo real,
todas las poesías saltando al vacío.

En el plato es más fácil encontrar el pelo,
y aún así buscamos granos únicos en la arena.
Más allá de la visibilidad, al mundo nublado,
arribó mi apuesta.

Una textura entramada de tramas, conspirativas,
en lenguas muertas que gritan ofensas.
Los títeres de celofán, danzan montados
a una brisa orbital que los arrulla.

No te acostumbres al sonido de un alma al romperse,
seguro habrá abrigo en algún lugar,
o en la luz que reflejen las ideas sobrevivientes,
o en la paloma remontando vuelo desde la galera.

martes, febrero 19, 2019

El combustible

Esta noche se olvida, dijo él. Y el caballo no galopo más.

Recuerdo a ella y sus pantalones estampados, pegados a la piel,
marcando los muslos al igual que la figura de un equino
que yace muerto en el asfalto.

El asesino se obstina en olvidar,
olvidando que el combustible de la memoria es la sangre.


viernes, febrero 15, 2019

El desperdiciado

No hay camino, yo soy el camino.

Soy las ampollas, de las que brotan mis consecuencias, cuando las atravieso con el extremo de esta aguja enrojecida por la llama aumentada de mi encendedor brasilero.
Soy los partidos vistos a través de la vidriera de alguna tienda de tecnología.
Soy los restos que abandonaste, en la bandeja plástica del patio de comidas, y ahora devoro.
Soy la espuma, del piso, de tu vaso vacío después de una tirada.
Soy las duchas de la Martín Fierro.
Soy la extensa fila, que conforman impacientes rostros desencajados, para comprar las pálidas lágrimas, abrigadas en rojas bufandas, del bajo Flores.
Soy los ojos que me esquivas.
Soy los tabacos que fumás a medias porque perdés el subte.
Soy el lecho de cartón, soy la almohada de pullover.
Soy las uñas de un gigante, que cargan lo mismo que un arturito.
Soy Primera Junta a las 20:30 hs.
Soy la verdad, la más puta, la inevitable, la que miente.
Soy la vida olvidada, que es pura muerte, y chorrea, golpeando tu cabeza, hasta empaparte de esta crueldad.

Soy el desperdiciado, nadie viene al ocaso sino es por mí.


sábado, noviembre 17, 2018

Postales

Hubo un pecesito bueno,
tan bueno que acariciaba la corriente.

Dio cuatro giros enteros
acariciando una ola.
Una tan bonita como sus giros y caricias.

...

Revuelven las ollas, el espacio de luz se redujo a migajas y los bailes rituales.

Terraza hueca colmada... lloviznas sencillamente deliciosas.
Colores ciegos.

...Bajo tierra... hebenes. Uniformes de los vacíos.


domingo, octubre 14, 2018

Reposo

A cada muerte, la persigue el repaso incurioso del llanto.
¿Por qué no sonreímos a los muertos?
Estoy convencido de que ellos ríen de dejar esta tribulación.
Hay en sus caritas pálidas una estela imponente. Es la rueca de su sadismo.
Los muertos bailan y se cogen, los muertos no se cuidan ni se esconden.
¿Qué no ves el mundo al revés?
Atrás del espejo, dejé mi cara y mi máscara. Y mi nueva cara es rojo hemocereza.
Me arranqué a bocados la piel, y me sentí excitado por primera vez (como la primera vez).
Mi cuerpo entonó una canción sorda de placer eréctil y fue infinita.
Me envolví en sus sábanas, cagándome en mi vergüenza de eunuco.
Dharma y reposo. Todo lo que fue cuerpo se revolucionó en un confín de armonía placebo.
La muerte vive en su lujuria primavera. Baila, nos coge, y no se cuida.


Mientras nosotros nos creemos el cielo y la tierra, y el cielo y la tierra. Y un temblor nos recorre y recuerda el trastorno de estar vivos.

martes, julio 17, 2018

Persuasión


Sube un tipo al subte, dice ser "instructor internacional de Yoga", le hago unas preguntas y responde otras, mientras se aleja enfundado en un violento naranja Sai Baba.

Sube otro tipo, dice tener un hijo muy enfermo, habla de un cáncer que día a día avanza deglutiéndole el cerebro hasta convertirlo en un puré gris.
Sube otro más, no dice nada, golpea el piso de manera espasmódica con su bastón y agita una lata de jardinera, haciendo que un puñado de monedas reboten contra el vacío metálico.

Son todos mentirosos, yo los conozco bien, bebo con ellos todas las noches en el piringundín de Guardia Vieja y Mario Bravo.

Luego voy a subir yo, voy a recitar poesía (o sea, voy a mentir), y vos también me vas a creer.

domingo, abril 08, 2018

Imagen y semejanza



I
Anteayer vi a Dios
era casi de día
las putas abandonaban las calles de Once
para dormir en Azul o en Lua
y los pibes laburaban celulares.
Mientras yo veía a Dios.


II
Desde la cima de mis pensamientos 
escuché moverse tras de mi
algo similar a una cabeza flotante
que me hablaba:
«Yo soy la piedra»

Y al rato todo volvió a ser agua.


III
El silencio
lo que se construye en el silencio
lo que se mueve atrás nuestro.

No estamos bien
me lo dijo Dios.


IV
Anteayer vi a Dios.
Tenía las manos gastadas y el cuero seco.
Su voz era un gimoteo leve.


V
Se parecía a mí.

martes, abril 03, 2018

Alteraciones de la vigilia



Adopté tu animal alterado
ese que camina sobre un pata
y estalla en estridentes perlas
cuando no sabe donde ir.

Nos mantuvimos en vela
sólo unos cuantos siglos
esperando escribir el manifiesto de la angustia
y cuando nos vencimos nos encontramos embarcados
con el animal de nadie en la más ardiente penumbra,
esa que quema los ojos en la vigilia
y le hace brillar su costado más hermoso
hasta volverme su animal.

jueves, noviembre 30, 2017

Una lectura (un párrafo)

Todas sus armas nos apuntan, mientras nuestros ridículos dardos no encuentran nada contra lo que disparar sino una histéresis, una rígida nada, un fantasma capaz de absorber cada chispa en un ectoplasma de información, una sociedad de la capitulación regida por la imagen de la pasma y el ojo absorbente de la pantalla televisiva.


martes, noviembre 14, 2017

Misterio amarillo jaspeante

El cielo es mucho más bajo acá,
dónde hay más verde que en tus casas
y las sonrisas, en el aire dulce,
son permanentes.

Bajo hartos gritos, escribo.
Acerca de este misterio amarillo jaspeante
que hoy me mantiene desvelado.
Y acerca de los kilómetros de pasto a mi alrededor.

Y no sé si tengan relación alguna estas esferas,
ni siquiera sé si quepan la una en la otra.
Aún empujando con la fuerza de tus pies.

De todos modos no es algo que me importe,

yo nunca me imaginé el mundo sin puertas ni amarillos.

jueves, octubre 19, 2017

Caricias

No hay ideas, hay pocas imágenes. Y ese silencio.
Se ve el monte detrás y mas allá un monte, más monte.
El bosque de mayor altura, salta. Se figura.
Hará bien a la distensión la llama.
Veo sobre la cara suya la mañana y formadas nubes son caricias.
No inquietando.
Así ella paso por aquí....

Extrañaba ciertos aromas de recordada sensación.
Un rosado entre figuras por sobre doradas copas de árboles y el mencionado aroma allí.
Podía sentirlo, verlo, escucharlo. Ahí estaba.
Me oye. Me mira. Aquí es donde estoy, ahí es donde me dirijo....

Solía estar con las personas en plena empatía. Carnavaleando paganamente, limpiándonos con caricias multidimensionales.

miércoles, abril 05, 2017

El ritmo de Agosto

Los parques descuidados me devuelven 
imágenes de transa camuflada; 
y fuegos de artificio, se sostienen, 
de un balcón de Godoy Cruz de madrugada. 

Donde llevo a fugaz acompañante 
mientras Dani está en observación. 
Donde hoy quiebro todo, más que antes, 
por no saber decir basta a la ocasión. 

Tras un silencio de farmacología, 
los demonios se me ponen descorteses 
y queman las razones en mis ojos. 

El cuarto se arrugó de tantas veces 
que descendí, al hall, por si venía 
ese que anda pesado y ojeroso.

martes, agosto 27, 2013

Hojas y pasto



1.

Mis ánimos hoy traen más peste que yo.

Quiero nada querer,
desentenderme.

Y, no obstante, algo hace que algo quiera.
Interprete soy de tal suceso.

Quiero algo. Algunas-cosas.


2.

Atención/desantención.

Jinetes, escolares. Proximidad de semáforo.

Más allá acontece algo. Esas algunas-cosas.

Bastaría tener dedos no tan inmóviles y aun más desatención...
para, sin mirar qué-cuales, serpentear.

3.

Mira. No es tan inocente como lo consideran.
En un gesto de frialdad enmudeció a sus escuchas. Y enmudeció él por frío que fue.

Vino a que es una llama.
Una. Como de encendedor uno.
Se enciende/apaga hasta cuanto dure su combustible o chispa. Es habitual.
Viene en forma de engranaje. Accesorio.
La mención es por si quiere usted adquirirlo cual mercancía de vidriera.
Y de eso se trata.


4.


Con chispa y soltura de combustible,
da llama de tiempo y tamaño controlables que servirá en un uso (o varios).

Y esa llama no será la misma...
alguna de sus tantas veces.

lunes, septiembre 24, 2012

Un atajo posible

acabo de quemar la comida por segunda vez.
del living a la cocina
tengo cuatro caminos y un atajo.
ahora, en este mismo instante
pateo a mi perro por que mueve la cola
y me encuentro un cigarrillo en la mano.

creo que algo me está pasando...
soy tan repugnante cuando no me llamás
que hasta yo me deseo la muerte.


domingo, septiembre 23, 2012

Tu aparato de soñar

acostado, al costado del aparato de soñar
que te robé en vísperas de una navidad.
es tan deforme que a veces tengo ganas
de deshacerme de él, pero soy incapaz.
a veces siento a la policía tras de mi,
por eso ya casi no salgo a vivir.
me siento a mirarlo y tomo café,
trato de adivinar que habrá soñado.

¡cuánta sangre ha brotado!

ya no sé lidiar con el insomnio que me provoca
tu aparato de soñar.
algo me hace conservarlo.
cómo si no existiera nada más,
una soga que me ata a la consciencia.
para no matarme.
para no olvidar.

es lo único que me queda de vos.

un aparato de soñar, en formol.

sábado, agosto 11, 2012

El principio de todo final

Nadie besó el vacío de esconder la excepción.

Detrás hubo destinos que negamos con fervor,
y rompí, y corté,
y rompí la belleza en discursos con tos,
y caí sin saber de mí y fui corteza.
Cadavérico sol.

Y cuando despertamos, me hablaste de vos,
me aburrí y descubrí que eras guerra.
Mi paz de bronce no tuvo más rol,
Se agotaron las apariencias.

Mientras el día se sigue espejando,
en pos de los deseos arrastramos a un animal sediento

ya sin fuerzas para morder.

Espiral (canción)

Yo, que mentí cómo si vos
entendieras que era así.
Lo demás fue un espiral
y ni hablar del corazón
que se quedó en un rincón.
Bebiéndome a mi.

Hay que vivir sin traicionar,
yo nunca lo pude hacer.
Por eso es que me encontré
de un día a otro en mí.
Respire sin respirar.
Ahogándome así.

No digas que no me arranqué las muelas,
no digas que no me viste volar.
Si aquella noche sin redes ni planes
saltamos al vacío y fue verdad.


lunes, abril 30, 2012

El centro del mundo

Tirado en la cama encendí otro cigarro de esos que no tienen sabor,
de fondo es amargo pero si se apaga me vuelve la idea del amor.
De aquella mañana en que amanecí sólo y vos a unos metros nomás,
jugando a los dados de los engañados te hiciste la actriz de Godard.
Después a los días que fueron pasando, yo no los voy a contar.
Nuestro reencuentro fue tan absurdo, pediste perdón y jamás
creí en tu palabra pero sin embargo imposible me fue despegar.
Seguimos bailando por casi un año entre los nos y los sis,
mientras pasaban las horas, los meses y yo borracho en el bar
escuchando tangos de los que amaron sin nunca saber cómo amar.
Mi casa era fría, no tenía agua, apenas si había gas y lo prendía
a la noche esperando que el óxido se apiadara de mi soledad.
Vos te fuiste lejos, al centro del mundo dejándome sin la ciudad,
yo soñé tu vuelta mientras me trataban en nombre de Jacques Lacan.
Hoy parezco otro pero soy el mismo canalla que te prometió amor
y todas las noches de insomnio y tabaco me vuelve la idea de los dos.


sábado, abril 28, 2012

La nueva muerte

Todo tiempo fuera, muerto, poblado de ausencia, es un catalizador. Hoy después de un poco más de 2 años, este espacio revive y será uno nuevo, transformado en lo mismo, para nunca repetirse.

jueves, mayo 06, 2010

El destino del maxilar


Ahí cuando dió vuelta la última página, respiró. 
Y se puso a pensar en la abstracción, o en lo que algunos mal-llaman evasión. En realidad se abstrae cuando se piensa como aislado aquello que no está hecho para existir aisladamente. Y él nunca se pensó a si mismo de ese modo. Al contrario, siempre fue un soldado de las empatías, un anarquista frente a la soledad. Y sin embargo, se encontraba desde hacia meses en el mismo cuarto, leyendo aparentemente el mismo libro que acababa de culminar, sin saber de días o noches, de tiempos o estado, de miedos o catástrofes. 
Adherido a la lectura y en paradójica armonía, allí no hacia falta nada. 
Y ahora el pensamiento, la eterna prisión cerebral que no puede detener, cuando se termina la obra. Y la angustia de la abstinencia. Ahora la vida, y abrir las ventanas. Ahora saber que lo habían buscado. Ahora tener que explicar que pasó. 
Se levantó y caminó hasta el baño, unos minutos más tarde se dirigió a la biblioteca y descubrió que quedaba un libro, el único sin leer de todas esas herencias, ofertas y antologías. Lo tomó y enseguida sintió el escalofrío, esa sensación en la boca, volvía a decidir callar.


domingo, mayo 02, 2010

Ala rota

ave

una parte de él se voló

ave

una parte de él ya no es

un ave

desastroza

que perdió la ansiedad y encontró

al vacío una forma

derramando su mitad de sombras

y entramó al comprender

el instante en que todo se ahorca

un ave

que se añora

desde el centro mismo

de las horas

que se pasan con la hambruna

de omitir la promesa primera


y dio fin

al fin en si

de su vida que al sol se apagó

jueves, abril 15, 2010

Placer lacónico

Hoy la humedad se me fue con las horas.

Los más bellos pretextos para escapar con la parcera y gargantear una cristal. Con la lluvia en el impermeable, sabiendo que se hace tarde (la evidencia la enmarcan los tres negros que duermen en el común arrugado) y aún así olvidando lo que me atañe.

La ciudad se coarta un cabaret al sur, y sus piernas cenitales sobre el grís revelan los más absurdos interrogantes.


Nos decimos historias de panzas y paramilitares. De drogas y paraculturales. Del viaje y su soledad.

Y mientas cruzamos esa interminable avenida, dejamos un día viejo devorando nuestro aliento. ¿Dónde más? Sino en San Telmo.

martes, abril 13, 2010

Todos los días

Todo los días de sus 8 años caminó en círculos por sus sueños de vida. Esos que hacen retorcer las barrigas de los tipos más hijos de puta. Todos los días pensó en arcoirís de juguetes y baldeó los pabellones de ojos húmedos. Yugó contra los parásitos que le hacían cosquillas. Trepó hasta lo más blanco anudado de nubes. Todos los días sonrío, sin saber por qué. Y todos los días conversó a un angel. Todos los días debe hacer lo mismo. Montado a algún león, que le come su corazoncito y lo devuelve hecho jardín. Todos los días su misterio me hace temblar, y no puedo más que sonreir con él.


Algo sobre las huellas

Hube en cientos de ciempiés distintos,
que somatizában en ardor y obsecuentemente se arrugaban.
Trabajabamos los laberintos, practicando la bilocación.
Cada cual perseguía un triciclo, que chillaba óxido.

Tras un tiempo nos deteníamos a observar de reojo el reloj.
Fácilmente decíamos cosas que olvidaban lo que eramos
y cabia el sentido en una copa, que traía un sendero arbitrario,
algo muy parecido al amor.

Lo que perdía su anonimato, era el dolor.

Frutas en los mediodías, truchas de muecas sonámbulas.
Frentes de los paradigmas, barcos hundidos del aura.
Reglas que regulan los actos, prácticamente torcidas.
Brutas memorias de santos, pueblos de hormigas prohibidas.

Lo que urgía en el bajo, y tambaleaba, era patear nuestras pieles hasta que cambien de color.


martes, abril 06, 2010

El parque de la luna

Mientras yo me quejaba del calor y las prohibiciones, a ella le crecía un gusano en el estómago.

Compartiamos el mismo metro cuadrado aunque nunca nos habíamos visto, ella había llegado en un tren de carga, atravesando el país sólo para estar allí. Yo me ufanaba fumando de esa situación cotidiana.
Pasaron las melodías, las pasajeras en el aire, los hombres de papel de diario. Al final nos unimos en el réquiem del parque de la luna.

Ella tenía que volver a las vias, yo me iría a por una pizza.
Es extraño creer que el mundo tenga los pies tan pequeños.


viernes, abril 02, 2010

El alborotador

Detrás de la sonrisa inolvidable, y la pequeña silueta del natural.
Llegaba y armaba un follón.

Ahora esa sonrisa se desdibuja en digital, ya no ilumina el mediodía.
Ni cada instante que volteaba.

Su cuerpo encogido, siempre tendiendo a desaparecer.
Y el momento postergado por la huída.

Sólo quedó el sol naranja... ¿o es qué cambiamos tanto?


miércoles, marzo 24, 2010

Salió mal

Trago, tengo incipiente amnesia.
Pongo las manos bajo el agua y luego la cabeza.
Recorro cómo un plan los rincones del olvido.

Sin dudas, esta vida iba a ser otra y algo salió mal.

La mañana fue cómo una ciénaga,
interpreté a varios puertos.
Luego fui a hacer el dinero.
(todos nos arrodillamos frente a nuestra política).

Más tarde inventamos inconsumaciones,
y se hizo la gimnasia que elegimos curtir.

Juraría y aún tengo esa sensación. Juraría que estuve dormido.


martes, marzo 23, 2010

No hay predicción acá

Me subí a un ascensor empezado
y bajé tres pisos con los nativos.
Hicieron valer su antigüedad allí,
ocupando los lugares más comfortables.

Sólo bajé tres pisos en cámara lenta,
cómo si el mundo dejara de pestañar.

La eternidad no se puede predecir.


domingo, marzo 21, 2010

El último paracaídas

Encendióse el cigarrillo en su boca
y esculpió con humo una enorme pregunta.

¿Detrás de que influjo caminamos?

Las respuestas fueron noches y la luna siempre se acercaba a la verdad.
Luego se dormía, mientras yo construía un paracaídas.

Fuimos cómo viento de tierra, nos perdimos volando en la ciudad.