Invitados a un río, nos disgustamos por la sequía. Así es que posaban mareadas las piedras sin la corriente.
Cuando fuimos esa tarde, fuimos naranjas, ocres… extraños y truenos.
Tres o más susurros que duraron lo que el rápido movimiento ocular de algún sueño.
Se deshizo el tiempo de estar leídos, anecdóticos, a tientas, e invisibles.
De luna, abrazamos una porción de infinitud y sentimos las sienes desnudas.
Temblamos como pidiendo que no se termine, pero ya nos sorprendía la ira con su aurora.