jueves, abril 23, 2020

Soneto fallado

Digerí un rato largo la ocasión en atavíos propios de este caos. En siluetas de la luna, y los pesados artilugios, al momento de la acción.

Me persigue una horda intermitente de algo que no sabría describir. Van envueltos en un látex adherente, parecen serpientes queriendo escupir.

Olisqueando el ambiente cual sabuesos. Con los pies llenos del barro, tal vez, en una de esas me logren alcanzar.

Pero no conocen como yo estos suelos, ni entenderían esta existencia al revés. ¡Que me permite vivir sin respirar!

jueves, abril 02, 2020

Los vagos




I

Encallado en el lomo de la noche
cargo un vacío que duele a rojo cereza
y domino la ciudad desde doce pisos de altura
(No hay edificios más altos,
y en todo caso,
este es mi edificio.
El número tal de un barrio cual)
Si me lo propongo, cuento las luces
y las sombras y los ruidos.
Y las divido
en viejas luces de un amarillo enfermizo
y en nuevas luces de un blanco azulado.
Y puedo dividir las sombrasen sombras cuadradas
y sombras amorfas.
Y los ruidos, en ruidos que no son de vida
y ruidos que no son de muerte.
Pero semejante censo es innecesario.
No es ese el impulso que me mueve.


II

Solo en la barriga del día.
La ciudad de claras paredes es como
una quimera de aspecto suavemente sarnoso.
Y descubro, mientras camino,
que conozco demasiado bien sus aceras
y conozco demasiado bien su cielo.
Aunque a veces, lo confieso, advierto las casas.
Las viejas hermosas casas en pie.
Las nuevas ostentosas, y horribles casas en pie.
Siempre me sorprendo cuando veo a alguien salir de una casa.
Si me lo propongo, puedo contarlas.
Pero recuerdo esa historia del prisionero en su celda.

Ah, la ciudad.
Podemos vagar por sus calles
sudando, desabrigados.
En verdad,
somos sólo otros esclavos,
aunque podamos vagar.