De chico siempre me pregunté… ¿Qué habrá
detrás de los muros? Y suponía infinidad de extrañas hipótesis acerca de la
existencia de mundos paralelos al de mi cuarto. De la libertad de ella (la
chica de 5to.) cuando nadie la veía, del solitario panadero que ponía la tele a
todo volumen para ocultar otra clase de ruidos, de la maldad irrefrenable de
ese tipo que no sabía bien a que se dedicaba pero le solían llamar
“agente”.
Siempre quise destruir los muros, ver, sentir a los demás, estar en
completa empatía con ellos, y todos los que me olvidé. El rubio que dos por
tres aparecía lastimado, la gorda de la bicicleta nueva, el viejito que hablaba
sólo por la calle, la pareja antipática de odontólogos.
Hoy no sé si conozco al mundo y a las personas, pero perdí la
ingenuidad, también gané maldad, se me hace difícil vivir conmigo pero de lo
que estoy seguro es de disfrutar tener y erigir todo el tiempo muros que me
mantengan incólume.
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