martes, julio 05, 2005

Sobre las palabras (y de cómo el mundo se ríe con dos ojos)

Una tonta melodía atraviesa mi muñeca y un souvenir es el consuelo del ahora, antes algún brindis de compañías.

Un estado inaugural que recicla pensamiento, de lo innombrable a un neo-mencionable.
Las calles se mueven de dos o más diferentes maneras y se escucha un brindis de desentendimiento.
Vino él, de ruta insumisa, sin avisar a sus amigos.
Mas las calles no pudieron desorientarlo. Así piensa, porque hasta ese momento su idea era que tal construcción solo tenía la intención de desorientar.

Des-envoltura.

Sin pensarlo y tras el mágico trino de cascabeles dulcemente sonoros y aun así sin presencia, no respondió.
No supo qué decir acerca de lo sucedido hasta ahora.

Esperó encontrar otros cascabeles sonando, y esta vez si, prestarles oído.
Interminables días esperó, envuelto en pensamiento pero sin palabras.
Pensando a veces, y otras: no pensando. Dejando fluir.

Una vez se le ocurrió que en algún momento él podría habérsele escondido a los cascabeles, mientras esperaba. O no mostrarse claramente esperando, por si apareciesen.
Lo pensó.
Esto ocurrió de madrugadas, al tanto que buscaba “conciliar” el sueño, cosa que no pudo lograr, pues la preocupación devino en insomnio de días. Otros tantos pasaron que exceden mi capacidad de relato-empírico.

Un verde cristal en el medio, entre él y el afuera, sirvió de lente. Algunos días, algún tiempo.
Mas se vio tentado por el viento, por cómo se sentiría tal cosa, a la cual antes, cuando había palabras, le llamaban viento.
A momento, desde su colapso existencial, solo podía verlo en mímicas que tras el verde cristal-lente y cuando el aparecía le regalaban las cosas.


Cruzó el cristal sin atravesarlo. Usó un mecanismo corredizo que suele instalarse en casas y otras construcciones como tales.
Llegó, caminando o corriendo, o flotando, hacia ese montón de forma e imagen atrapa-sentidos. La abrazó.
También vio como sobre aquella superficie rugosa se deslizaba una pequeña forma, mucho más pequeña, en veloces movimientos. Veloces y a la vez bonitos.

La superficie era el tronco de algún añejísimo árbol, que no era árbol y menos añejo. Y la diminuta forma móvil, una investigadora hormiga, que tampoco era hormiga.
Pues palabras no había, ni nombres.
¿Y cosas?

Dolía la panza. Días sin alimento y sin palabras.
Mas no interesaba. ¿Pues cómo, sin palabras, se proveería de alimento?
¿Cómo referirse? La idea parecía fluir en un rumbo absurdo y trató de tomar rienda repasando el transcurso de su (hasta ahora) estadía: una impresión de conocer ya cierta intención de confundir. Una gigante muerte-desengaño.
Pocos movimientos físicos, sólo pasos y tras días, mover una puerta que no era puerta.
Abrazó y percibió formas nuevas que no eran nuevas, y renaciendo se renovaron.

Sólo contaba con este descubrimiento y el alimento: medio paquete de galletitas sin sal.
Decidió comer esos cuadrados de harina y junto al árbol, que no era árbol, sentarse a morir. Al igual que las palabras, esperando.

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